Me siento hospitalizadx: dolor, médicos e incertidumbre. Sólo me falta la cama y una vía que me apuñale la vena.
Me estoy tomando un café para quitarme esta postura de dormidx y la cara de madrugueo. El hospital, como siempre, está rebosante de conversaciones frustradas, diálogos existenciales, gente que corre de un lado para otro y otra que apenas es capaz de andar.
Detrás de mí hay un honbre que le cuenta a una mujer mayor que tiene 'miles de películas porno'. Cruzando la calle hay una mujer muy pequeñita de pasos anchos. Un hombre trajeado se cruza con ella. En su mano lleva dos tomos de la enciclopedia universal de la mentira (el ABC y La Razón). Alrededor hay una mezcla de embarazo, cojera, accidente, vejez...
El sol está intermitente (hay riesgo de atropello acuífero) y las nubes visten el asfalto de lunares. A mi me respalda un tronco que es la mitad que el mío.
Una mujer escueta habla con el personal sanitario, que es todo menos personal. Para ellos la mujer es una enfermedad sin consciencia.
Tras ellxs, una madre le explica a su hijo que su dolencia es un síntoma hipocondriaco fruto de un rechazo a sí mismo. A mi me parece que lo que le duele al niño es su madre.
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